Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Genocidas

Publicado en La Opinión de Málaga. 2-02-2004

 

Las declaraciones del Vaticano condenando el papel de los grandes laboratorios farmacéuticos han sorprendido por su extraordinaria dureza.

 

El médico jesuita Angelo D´Agostino llegó a hablar de «la acción genocida del cártel de las empresas farmacéuticas que se niegan a hacer los medicamentos más baratos para los africanos, a pesar de haber declarado unos beneficios de 517.000 millones de dólares en 2002».

 

Lleva toda la razón el Vaticano en este asunto. Incluso creo que se queda corto.

 

Las grandes empresas farmacéuticas a las que se refiere este jesuita, que es director de un centro médico en Kenia en donde denuncia que mueren casi 500 personas al día a causa del sida, no sólo no reducen sus precios en los países más pobres. En realidad, incluso aprovechan la demanda para subirlos, en muchos casos hasta cifras desorbitadas y a veces por encima de los que fijan en los países ricos.

La Lamivudina, que es un compuesto utilizado para combatir la plaga del sida, es veinte veces más caro en África que en los países ricos y el nelfinavir, por ejemplo, es más caro en Guatemala que en Suiza.

También es verdad que estas empresas se saltan cuando quieren las reglas de la competencia. Forman cárteles o asociaciones y acuerdos para repartirse los mercados o para subir los precios. Algunos estudios revelan que en el mercado farmacéutico se registran precios quince veces por encima de los que debieran corresponder si hubiera competencia.

El abusivo derecho de patentes, es decir, la posibilidad de monopolizar los productos farmacéuticos durante largo tiempo, es lo que les garantiza esta posición de privilegio en el mercado y lo que impide que otros países con capacidad para generar su propia producción de medicamentos tengan que renunciar a ella, o que se expongan a sanciones comerciales y financieras muy severas.

Eso está ocurriendo, por ejemplo, con Sudáfrica, Brasil y la India, que han sido capaces de enfrentarse, con éxito desigual, a este problema. Allí está siendo posible obtener productos bastante más bajos que los que venden las multinacionales, a pesar de lo cual les resulta muy difícil poder financiar los programas sanitarios que su población necesita.

Y todo ello, sin olvidar que la búsqueda incesante de beneficio lleva a que los laboratorios se dediquen a producir medicamentos rentables, es decir, que tengan demanda solvente en el mercado, dejando sin atender, o haciéndolo a precios muy elevados, las enfermedades que se sufren principalmente en los países pobres.

Cuando se plantean estrategias contra su poder, la reacción de las multinacionales farmacéuticas es siempre muy contundente y sin miramientos, y suelen contar para ello con el apoyo de gobiernos sin escrúpulos. Ese es el caso del católico presidente de Colombia Alvaro Uribe, que ha limitado la producción nacional provocando un incremento millonario de la factura farmacéutica de la que se aprovechan los grandes laboratorios, en perjuicio de la población colombiana más necesitada.

Llevan razón, pues, las autoridades vaticanas cuando denuncian los abusos de estas empresas, aunque, como decía más arriba, incluso se quedan cortas.

Desgraciadamente, no son sólo las farmacéuticas las multinacionales que provocan sufrimiento y muerte. Se podría mencionar al mismo tiempo a las grandes empresas que monopolizan los recursos alimentarios, que controlan las semillas y productos transgénicos, a veces, patentando semillas de arroz que agricultores de países como India o Pakistán llevan cientos de años usando libremente. Sólo diez grandes corporaciones controlan ya el 35 por ciento del mercado mundial de semillas, y su poder va rápidamente en aumento.

Por eso es una verdadera pena que el Vaticano no tenga en este tipo de asuntos, cuando condena la guerra o denuncia a las multinacionales que provocan tanto sufrimiento y muerte, la misma capacidad de presión de la que disfruta cuando trata de imponer criterios de moral personal, o de salvar las cuestiones financieras o educativas que le interesan.

Dijo hace unos años Nelson Mandela que quienes se aprovechan del sida son peores que el virus. Llevaba razón. Tienen mucho dinero y sonríen felices cuando salen de sus juntas de accionistas, pero son genocidas con el alma podrida. No es que sea poco, pero se merecen algo más que la condena moral.

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