Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Hay vida inteligente en las facultades de Economía

Ayer empecé a explicar a mis alumnos de Introducción a la Economía de primer año del Grado de Economía el tema relativo a los mercados de factores, es decir, aquellos en los que se compran y venden los recursos naturales, el trabajo o el capital.

 

Antes de enseñarles cómo funciona cada uno de ellos les indiqué que la demanda que las empresas hacen de estos factores es una demanda derivada. Uno de los manuales de Economía más conocidos en todo el mundo, el del Premio Nobel de Economía Paul Samuelson y William Nordhaus, explica esta idea de con estas palabras: «cuando las empresas maximizadoras del beneficio demandan un factor, lo hacen porque éste les permite producir un bien por el que los consumidores están dispuestos a pagar ahora o en el futuro. La demanda del factor se deriva, en definitiva, de las demandas de bienes finales por parte de los consumidores» ( Paul Samuelson y William Nordhaus, Economía, decimotercera edición, McGrawHill, Madrid, página 765).

 

En ese momento, un alumno levantó la mano y me dijo:

 

– Profesor, no entiendo nada. Si eso es cierto, por qué dicen que para acabar con el desempleo hay que reducir los salarios. Para aumentar la demanda de trabajo que hacen las empresas y para que así baje el paro ¿no sería mejor entonces garantizar que los consumidores compren los bienes que producen las empresas? Si se bajan los salarios, ¿lo que ocurrirá no será que los consumidores que viven de ellos podrán comprar menos bienes y entonces habrá más paro porque las empresas demandarán menos trabajo? No lo entiendo.

 

Estoy seguro de que ese alumno no ha leído la teoría de la demanda efectiva de Keynes o Kalecki, ni las teorías de las crisis de Marx, ni a los modernos economistas postkeynesianos, ni a los radicales. No. Yo creo que lo que simplemente sucede es que ese estudiante de primer curso y de 18 o 19 años es inteligente y que tiene sentido común. Y eso es lo que le permite mantener una opinión económica mucho más sensata que la que defienden los fedeos, los economistas que trabajan en la fundación FEDEA financiada por las grandes empresas y bancos españoles, o los dirigentes de la patronal que -como el vicepresidente de la CEOE, Javier Ferrer- acaba de decir que «subir los salarios en esta situación de crisis es suicida».

 

Estos últimos se empeñan en hacernos creer que lo que hace falta para acabar con el paro es reducir los costes laborales cuando eso no sirve de nada, como muy bien descubrió mi pupilo, si los consumidores no tienen ingresos suficientes para comprar la producción de las empresas con la que habría pleno empleo.

 

Con sus propuestas, que son las que están aplicando mayoritariamente los gobiernos, lo que va a ocurrir es que la economía se deprimirá y empobrecerá cada vez más.

 

¿Por qué reclaman esto entonces, cuando la lógica más elemental lleva a concluir que una bajada general de los salarios solo dará lugar a menos volumen total de ventas para las empresas?

 

Muy sencillo, porque no todas las empresas están en la misma situación. Las grandes, que tienen la demanda asegurada gracias a su magnitud, poder y extensión, como las multinacionales o los bancos (que son las que suelen dominar a las patronales e imponer su ideología a los demás empresarios), no van a sentirse afectadas por una caída de la demanda efectiva en un país, o incluso en todos, porque, como digo, tienen asegurada una franja muy grande de demanda, disfrutan de mercados cautivos. Pero a las pequeñas y medianas empresas que son las que de verdad crean empleo (alrededor del 80% en España y en Europa), esta política las hunde porque sus ventas sí que dependen directamente de los sueldos y salarios de los consumidores. Las patronales y los economistas que trabajan para ellas no defienden los intereses de todas las empresas y empresarios sino solo los de los más grandes y poderosos.

 

La intervención de mi alumno nos demostró que aún hay vida inteligente en las facultades de economía, aunque desgraciadamente esa no suela ser la de la mayoría de los profesores, que siguen repitiendo a sus discípulos, como hacen también en artículos y declaraciones públicas, que lo que hay que hacer para combatir el paro es reducir el coste del trabajo en lugar de garantizar demanda efectiva a las empresas (y ahora, en estos momentos de crisis, financiación suficiente, que también es lo que les falta).

 

Después de hablar de estas cosas gracias al debate que inició la pregunta de mi alumno entramos enseguida en el siguiente apartado del tema, dedicado a la oferta y demanda de recursos naturales. Entonces planteamos otro asunto muy importante y relacionado con el anterior. Es cierto que para crear empleo hay que hacer que crezca la demanda de bienes y servicios de las empresas pero desgraciadamente eso no lo podremos conseguir siempre  ni adecuadamente si basamos la actividad en un consumo de recursos naturales excesivo, si destruimos la naturaleza creyéndonos ingenuamente que ese consumo puede crecer indefinida e ilimitadamente. Y el próximo día hablaremos del mercado de trabajo. Entonces tendré que explicarles que, aunque es cierto que la demanda del factor trabajo es derivada de la demanda de bienes y servicios que hacen los consumidores con sus salarios, como acabo de explicar, eso no quiere decir ni mucho menos que cualquier situación del mercado de trabajo sea favorable para la creación de empleo. Tendrán que entender, por ejemplo, que las normas laborales deberán guardar un equilibrio razonable entre la protección a los trabajadores y la necesaria flexibilidad que necesitan las empresas o que será imprescindible garantizar que la oferta de trabajo, los trabajadores, estén preparados y en el lugar y actividad que precisen las empresas que crean empleo y no en otro sitio.

  Pero, claro está, no es cuestión de que yo repita aquí mis clases de esta semana. Basta con la anécdota para que los lectores de mi web descubran una vez más dónde está la verdadera sabiduría económica y dónde los intereses y la ideología que los encubre.

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