Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

¡Adiós, Bill Gates!

 Cuando en 1988 empecé a utilizar el ordenador personal escribía mis textos en un PC con el  primitivo Word Perfect 4.2. Enseguida salió la versión 5.1, el mejor tratamiento de textos que he tenido nunca, el más rápido, el que mejor se ha ajustado a mis necesidades. 

 

 Luego llegaron el 6.0, 6.1… aunque yo seguí fiel durante bastante tiempo al mítico 5.1. Hasta que Bill Gates impuso su ley con el Word. 

 

 Había tantos problemas de compatibilidad que nos tuvimos que cambiar de bando. Era desastroso porque el Word era mucho más atractivo que el W.P 5.1 pero, para mí y creo que para la inmensa mayoría de usuarios, tenía y tiene tal cantidad de funciones inservibles o que no se van a utilizar nunca, que se hace desproporcionado y, en consecuencia, menos productivo que el 5.1. Pero no hubo más remedio que hacerlo nuestro. 

 

 En 2005, y debo decir que sólo gracias a A, tomé una decisión inteligente (no sé si debería decir, otra decisión inteligente más) y me pasé a los Mac.  

 

 Me olvidé de virus y de cuelgues para encandilarme con un aparato mucho más amigable y eficiente. Pero, ¡dios mío! seguí con el Office y, sobre todo, con el Word en su versión maquera.  Hasta hace unos días. 

 

 Ahora he empezado a trabajar con el NeoOffice,  un programa que tiene todas las prestaciones del Office de Gates pero que se lanza como software libre y gratúito y de código abierto, es decir, que no está sujeto al monopolio del hombre más rico del mundo. Es un poco más lento en algunas funciones. La revisión ortográfica, por ejemplo, desespera realmente, pero vale la pena con tal de decirle a Bill Gates que ahí se queda para siempre con sus programas de pago. 

 

 Hay versión castellana para PC’s (que se llama OpenOffice) y para Mac (NeoOffice) en www.openoffice.org y en www.planamesa.com, respectivamente. 

 

 Le comenté enseguida a Paco M el cambio, pero él ya lo usaba desde hacía tiempo. Siempre va un par de pasos por delante, bueno, salvo cuando le gané aquel partido de ping pong (nosotros nunca dijimos tenis de mesa). Je, je. 

 

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