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Bush: La incógnita del segundo mandato

Publicado en La Opinión de Málaga. 7-11-2004 

Aunque muchos no lo deseábamos, George W. Bush ha ganado sin ningún tipo de paliativos las elecciones que le abren la puerta a un segundo mandato en la Casa Blanca.

 

Armado con su potente discurso ultra conservador ha sido capaz de movilizar a más de la mitad de los votantes mientras que su adversario ha manifestado una enorme incapacidad para capitalizar el también enorme descontento que su gestión había creado. Kerry puede pasar a la historia como ejemplo de que para ganar unas elecciones no basta que a uno le voten para que no gane el otro. El «cualquiera menos Bush» que animaba a sus votantes más motivados ha sido, como era lógico que fuera, un insuficiente capital político frente al discurso en positivo del presidente republicano.

 

Vistos desde fuera, los resultados electorales proporcionan muchos motivos de interés y reflexión, sobre todo, si se tienen en cuenta algunos hechos objetivos. Dejando aparte las consideraciones ideológicas o morales de la política de Bush, es significativo que haya obtenido un éxito electoral tan rotundo cuando se tienen en cuenta algunos de los efectos de su política económica.

 

Ha sido el único presidente en la historia de Estados Unidos bajo cuyo mandato se ha perdido empleo en el sector privado y con el que han bajado las exportaciones y las inversiones comerciales en el exterior.

 

Con Bush se han destruido más de 1,6 millones de puestos de trabajo y los desempleados de larga duración han aumentado en más de un millón doscientos mil.

 

Sólo en los tres primeros años de mandato el número de pobres aumentó en más de tres millones y medios de personas. En 2003, el 19,9% de los niños de 3 y 4 años (4,7 millones) vivían en situación de pobreza, casi medio millón más que el año anterior.

 

En sus cuatro años de gobierno, los costes médicos que sufragan las familias han aumentado un 64%, los de energía y educación un 30% y el ingreso de la familia media ha bajado en unos 1.500 dólares anuales.

 

Además, las desigualdades alcanzan en Estados Unidos niveles astronómicos, como revela la gran distancia entre la riqueza neta de las familias. Las de raza blanca hispanas fue de 7.900 $ en 2002 y la de las no hispanas de 88.650, casi diez veces mayor y mucho más aún que la de las familias afroamericanas que fue de 5.900 dólares.

 

Y, junto a ese evidente deterioro del bienestar material de las familias, la política económica de Bush generó una deuda colosal, pues pasó del superávit presupuestario de Clinton equivalente al 0,9% del PIB a un déficit del 4,7%.

 

A la desigualdad y al déficit han contribuido decisivamente las rebajas impositivas que benefician particularmente a las clases altas, pero lo que los votos han demostrado es que nada de ello ha resultado ser definitivo a la hora de votar.

 

Las primeras estimaciones muestran que Bush ha logrado un extraordinario apoyo en los estados con más sectores rurales y de menor formación, lo que permite aventurar que son justamente muchos de los sectores sociales perjudicados por sus políticas los que luego le proporcionan el voto para llevarlas a cabo. Todo indica que su conservadurismo radical, su oposición al matrimonio entre homosexuales, por ejemplo, sus constantes y abstractas llamadas a la lucha contraterrorista (significativamente apoyados por la puntual y esperada aparición de Ben Laden) e incluso el componente religioso de su discurso han podido mucho más que el deterioro económico. Contando con la abstención de los sectores más pobres, ya casi completamente excluidos, y auténticamente paganos del neoconservadurismo republicano, Bush ha podido ganar con una autoridad que le permitirá gobernar con mayor fortaleza que en el primer mandato.

 

Para descubrir lo que realmente hay detrás de esta victoria nada mejor que fijarse en la relevante reacción de las bolsas inmediatamente después de que se comunicara. Las empresas cuyas cotizaciones registraron alzas más elevadas fueron, por ejemplo, Boeing, Lokheed Martin o Hulliburton, ligadas al sector militar, o laboratorios como Pfizer o Merck que se frotan las manos desde que Bush asumiera su plan de privatizar la salud y ahora que su victoria evita que se hiciera realidad la promesa de Kerry de controlar los precios de sus medicamentos importando productos genéricos.

 

A esa alegría se suma también la de las empresas más poderosas que distribuyen más beneficios, pues disfrutarán de la rebaja fiscal que ya ha anunciado Bush, o la de las multinacionales que operan en el exterior, pues no desaparecerán las ayudas fiscales que Kerry también había prometido eliminar para frenar la deslocalización.

 

Los politólogos estudiarán que tipo de fenómenos hacen que en el país aparentemente más moderno del planeta germine esta especie de masoquismo electoral que termina por hacer prevalecer valores tan primitivos a la hora de establecer las preferencias sociales.

 

Desde el lado de la economía lo relevante es que Bush se encuentra ahora en un dilema que, como todo lo que ocurre en Estados Unidos, es de gran trascendencia para el mundo. En el ámbito de la política internacional ha de resolver si va a continuar su política imperial, de agresión preventiva, desde la unilateralidad y al margen del mínimo consenso internacional o si opta, en este segundo mandato, por una actuación internacional más democrática y respetuosa con las instancias de decisión multilateral.

 

Algo parecido le ocurrirá en el campo económico. Estados Unidos tiene una deuda gigantesca. La privada es  de unos 9,7 billones de dólares y la pública de 7,4. Aunque Bush ha prometido reducir el déficit presupuestario a la mitad en los próximos cuatro años sólo un verdadero milagro le permitiría conseguirlo. Será imposible lograrlo con la política de reducción de impuestos y de aumento del gasto militar que ha seguido en sus primeros cuatro años de gobierno. Desde 2001 han bajado doce veces los tipos de interés y ya no hay mucha más capacidad de maniobra en ese sentido.

 

Bush tendría que recurrir a una subida de tipos de interés muy notable e incluso, además, a subidas de impuestos posteriores, tal y como en su día hizo Ronald Reagan. Lo primero traería consecuencias muy negativas para toda la economía mundial y lo segundo sería negarse a sí mismo. Pero el problema es que Bush no tiene muchas más salidas porque cuesta trabajo creer que de pronto va a cambiar la orientación de su política, dejando de favorecer, como ha hecho hasta ahora, a los grupos y empresas que lo han venido apoyando y que continuamente exigen esos privilegios tan costosos. Como también lo es pensar que vaya a renunciar a su prepotente superioridad para ponerse a negociar soluciones económicas coordinadas a escala internacional.

 

Su dilema, pues, nos afecta a todos. Hay que estar atentos a sus primeros mensajes y, por si acaso la Reserva Federal inicia la tormenta, ponerse a buen recaudo.

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