Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Cáritas, los pobres y la demagogia

Días pasados apareció en este diario un artículo de su habitual columnista Antonio Papell sobre la pobreza en España. En él se atacaba virulentamente a Cáritas a tenor de unos datos sobre
el número de pobres existentes en España.

 

Allí, entre otras cosas, se acusaba a Cáritas de «agrandar la magnitud de los problemas de los pobres», de «elevar el listón subjetivo de la necesidad», de esgrimir «virulentamnente cifras sin
contrastar» con «una evidente intencionalidad política», con «clara función de proselitismo político» y «haciendo demagogia con la desgracia ajena».

 

No me lleva ninguna inclinación religiosa para defender a Cáritas, pero me parece, como a Juan de Mairena, que la verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero.

 

La andanada de Papell viene a cuento de un estudio promovido por Cáritas y que evaluó en 7.701.000 el número de pobres en España (número de personas cuyos ingresos están por debajo de la mitad de los ingresos medios per cápita).

 

Seguramente, Antonio Papell no sabe que esos datos son de 1.985 y que los expertos coinciden en que esa cifra ha disminuído. Sensiblemente, aunque menos de lo que todos quisiéramos.

 

El prolífico articulista dice que si esa cifra fuese cierta, España sería un polvorín, en lugar de la nación estabilizada y tranquila que es. De ahí, y sólo de ahí, deduce los juicios con los que
empecé este comentario.

 

Papell no sabe que, desgraciadamente, esos datos tan abrumadores no son exclusivos de nuestro país y que no sólo los «demagogos» agentes proselitistas de Cáritas los han obtenido.

 

El Comité Económico y Social de la Comunidad Económica Europea ha evaluado también el número de pobres en Europa. Para 1.975 contabilizó 38 millones y para 1.985 44 millones.

 

Los 7,7 millones de pobres españoles en 1.985 representaban aproximadamente el 20% de la población. O’Higgins y Jenkins presentaron los siguientes porcentajes de pobres en el «Seminario sobre estadísticas respecto a la pobreza en la Comunidad Europea» celebrado en octubre de 1.989: Dinamarca, 14,7%, Francia 17,5%, Alemania 8,5%, Grecia 24%, Irlanda 22%, Italia 11,7%, Portugal 28% y Reino Unido 12%.

 

Si Antonio Papell utilizara para escribir sus artículos algo más que muy vagas referencias de oído quizá no hubiese sacado conclusiones tan rápidas y tan carentes de fundamento.

 

También se equivoca Papell cuando achaca los datos sobre la pobreza a la malvada demagogia de Cáritas.

 

Este organismo ha impulsado estos estudios, lo que a mi modesto juicio le honra. Pero éstos han sido realizados por estudiosos y expertos y, además, no todos los estudios sobre pobreza se
han realizado por iniciativa de Cáritas.

 

Así, Ruiz-Castillo (1.987) calculó partiendo de datos oficiales que la pobreza afectaba en 1.980 al 17% de la población y al 14,41% de los hogares. Bosch y otros (1.989) dan las cifras de
17,87% en 1.973 y del 16,77% en 1.981. EDIS, que proporcionó los datos cercanos a los ocho millones, cifró la pobreza en un 20%. El Ministerio de Trabajo (1.985) entre el 10,7% y el 16,7% de los hogares, según el criterio utilizado. El Gobierno del Pais Vasco (1.987) calculó que el porcentajede pobres sobre la población total de la población de su comunidad autónoma alcanzaba en 1.986 el38,5%. Escribano (1.990) ha calculado que un 25% de los andaluces se encontraba en situación de pobreza según el criterio seguido por la Comunidad Económica Europea. Según este autor, dicho porcentaje era del 28,7% en Extremadura y del 15% en el Pais Vasco.

 

Quiere decirse que los datos sobre la pobreza en España no son fruto ni de la demagogia ni del afán proselitista de nadie. Han sido obtenidos por muy diversos expertos y reflejan, con todas las limitaciones que siempre puede tener un análisis estadístico, una lamentable realidad de las sociedades occidentales.

 

La pobreza y la derecha

 

Afirma Papell que esgrimir los datos de pobreza tiene una clara intencionalidad política y que «es la derecha la que afirma -y quizá con razón, que no es este el tema- que lo importante de la
política es el desarrollo, el crecimiento, que es el que permitirá después redistribuir riqueza y no miseria».

 

Papell se equivoca aquí al imputar las pretensiones: han sido Felipe González y Carlos Solchaga, desde sus responsabilidadres de gobierno, quienes han dicho en muy reiteradas ocasiones que primero hay que crecer y luego distribuir.

 

Y, sobre todo, se equivoca Papell cuando deja caer que esa puede ser una política razonable.

 

En mi modesta opinión esa afirmación no puede mantenerse. Todo modelo de crecimiento (que no es igual que el desarrollo, por cierto) comporta un modelo de distribución que le es
consustancial. Para nuestra desgracia, la economía en nada se parece a la repostería: cuando se va generando la tarta del crecimiento se va distribuyendo de manera inmediata. Quienes dicen que mañana redistribuirán a los pobres ocultan que ahora están repartiendo a favor de los ricos. ¿Qué dejarán mañana para aquellos?.

 

No son pocos los economistas que se pronuncian a favor de estímulos al crecimiento económico equilibrados, que comporten pautas de equidad y justicia en el reparto. Si se quiere evitar
la pobreza y la injusticia, ¿no es más razonable potenciar el crecimiento redistribuidor en el presente más que generar para el mañana bolsas de pobreza a costa del enriquecimiento de unos pocos?.

 

La pobreza y los polvorines sociales

 

No sólo Papell sino otros muchos ciudadanos coinciden en afirmar que «no puede haber tantos pobres», porque si los hubiera nuestras sociedades serían presas de motines y revoluciones.

 

Se olvida que, efectivamente, hay mecanismos de asistencia y protección social, de ayuda intrafamiliar y otros procedimientos que pueden paliar los efectos más inmediatos de la pobreza. E, igualmente, que no todos los gobiernos adoptan la misma posición frente a estos problemas. Así, por ejemplo, los gobiernos sucesivos de Margaret Thatcher han sido claramente reacios a incorporar fórmulas de protección y prevención de las bolsas de pobreza. El gobierno español y casi todas nuestras comunidades autónomas, sin embargo, han elaborado amplios programas frente a la pobreza que han permitido reducir su impacto, bien que no en la medida en que todos deseáramos.

 

Además, debe tenerse en cuenta que lo que se ha llamado «los nuevos pobres» suelen ser ciudadanos marginados, personas que han quedado fuera de los propios mecanismos de integración
social. Si se me permite la expresión, gentes que no cuentan ni para expresar su rebeldía. Gentes a los que se les ha despojado hasta del coraje.

 

En nuestra sociedad se han perfeccionado hasta tal extremo los mecanismos de explotación y subyugación que hasta sus consecuencias más dramáticas se legitiman. Nos han creado una
sociedad donde los individuos se encuentran ensimismados, ajenos a su mundo circundante hasta el punto de que quien padece la pobreza y la marginación la sufre como quien es víctima, tan sólo, de una situación individual desgraciada. Salvando las distancias, estas personas, para su desgracia y para nuestra vergüenza, actúan con la misma falta de impulso colectivo que mueve al ciudadano acomodado que no tiene más alrededor que la pantalla de televisión, ni más norte que su razón egoísta.

 

Del fichaje de un futbolista extranjero se puede hacer un fenómeno de masas. La marginación y la pobreza sólo merecen unos pocos segundos, muy de vez en cuando, en nuestro
mundo de percepciones. Sólo algún momento del telediario, sólo alguna fugaz imagen suficientemente veloz como para que la brutalidad de la injusticia no llegue a soliviantar nuestra
inercia interior tal y como ha sido programada.

 

¿Seguirían siendo nuestras sociedades tan estabilizadas y tranquilas si en las horas de mayor audiencia la televisión nos trasladara, con la misma reiteración que lo hace con sus habituales
sueños fatuos, el sufrimiento de los demás y las demandas insatisfechas de justicia y solidaridad?.

 

La demagogia, esa gran excusa

 

En opinión de Papell «en cualquier sociedad y en cualquier tiempo habrá siempre pobres». A este tipo de juicios se le suele llamar a hora realismo.

 

Afirmar que siempre habrá injusticia, es contrastar la realidad de las cosas. Admitir que la humanidad soportará siempre la inmoralidad de miles de millones de pobres, es objetividad. Aceptar que debemos hacernos la idea de que la insolidaridad y el malestar no van a erradicarse, es buen criterio.

 

Por el contrario, denunciar rigurosamente que hay pobres, que hay ciudadanos que tienen necesidad, hacer público dónde están y cómo se encuentran, eso es demagogia.

 Sorprende que quien está convencido de que siempre habrá pobres se moleste cuando le recuerdan su existencia. Y es que se nos quiere convencer de que vivimos un mundo feliz, en donde
no es necesaria nuestra reflexión y donde no hace falta mantener despierta la conciencia. Por ello les molesta que alguien pueda descubrir el velo que usan para tapar sus vergüenzas: está sucio de malestar y de injusticia repugnante.

1 comentario

Fernando 21 de julio de 2014 at 16:15

Los pobres interesan, cuando a mi me toca ser pobre, si no no me interesa, los pobres interesan al gobierno de la oposición cuando no gobierna y quieren por todos los medios quitar al gobierno de turno, los pobres interesan cuando yo no tengo en mi casa, si no no me importan lo más minimo. Esta es la realidad.

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