Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Cemento en el horizonte

Las grúas de todo tipo y magnitud conforman este verano una estampa de presencia generalizada en nuestra geografía y dicen que es imposible encontrar algún operario de oficios vinculados a la construcción. Como en tantas otras ocasiones este sector se convierte en el principal impulso de la actividad económica.

 

Aunque no es ni mucho menos un fenómeno exclusivamente andaluz, aquí, como en otras zonas turísticas, se ve incrementado precisamente porque está muy directamente vinculado con la oferta de viviendas residenciales, de hoteles y en general de infraestructuras ligadas efectivamente al turismo.

 

Sin duda, este espectacular movimiento de terrenos, de maquinarias y de edificios de toda índole se manifestará positivamente en la tasa de crecimiento del producto interior bruto, en el empleo (aunque éste sea temporal, muy precario y acompañado de multitud de accidentes laborales) y en la actividad de otros sectores adyacentes. Quienes están acostumbrados a evaluar la marcha de la economía con vista gorda de seguro que tendrán motivos para alegrarse en los próximos meses.

 

No se trata de ser agorero, pero sería muy necesario que nuestras autoridades y nuestros empresarios, que al fin y al cabo son los que se llevan la parte gorda del pastel, meditaran sobre la naturaleza de esta expansión sectorial tan acelerada como intensiva, porque puede ser que lleve consigo más problemas de los que venga a resolver.

 

Lo primero que habría que pensar es si realmente la inversión de capitales tan grandiosa que se está realizando en infraestructuras residenciales responde a una demanda real o potencial que permita rentabilizarla a medio y largo plazo. Esto no es baladí, porque lo que más bien parece que ocurre es que se están procurando aflorar masivamente ingentes cantidades de dinero negro para soslayar los posibles efectos de la adopción del euro. Esto puede dar lugar a una sobreoferta importante en el futuro que dañaría gravemente a las propias expectativas de rentabilidad de todo el sector, y no sólo de los especuladores más advenedizos.

 

Pero, además, la propia sobreinversión residencial acarrea otro gravísimo problema que parece no preocupar ni a los gobernantes ni a los inversores turísticos. El turismo es un negocio que requiere no sólo ofertas residenciales en el sentido estricto del término sino que precisa buen entorno y calidad. Estas dos circunstancias han sido justamente el principal valor añadido de nuestras zonas turísticas, pero se trata de valores que vamos perdiendo de manera paulatina y demasiado acelerada. Nuestras costas se masifican, nuestras zonas urbanas turísticas son océanos de hormigón y el medio ambiente natural se deteriora a veces sin remedio. Las infraestructuras hoteleras envejecen y la oferta residencial resulta cada vez más incómoda y menos limpia y saludable.

 

Mientras que en otras zonas turísticas como Baleares los inversores y las autoridades tienen perspectiva a largo plazo y están literalmente echando abajo hoteles antiguos o en primeras líneas de playa, en Andalucía parece que nos contentamos con dar vía libre a los especuladores, con atraer al turismo de menos calidad y con soportar estoicamente que el ansia de beneficio a corto plazo termine con nuestra gallina de los huevos de oro.

 En los muros abigarrados de cemento se está escribiendo la crónica de un turismo insostenible, o lo que es lo mismo de la oportunidad perdida de conjugar el negocio sensato con el bienestar y la calidad de vida. Ahora se benefician unos pocos y luego lo pagaremos todos.

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