Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Delphi se va de Cádiz: beneficios globales, miserias locales

 Delphi Automotive System es la empresa que lidera el mercado mundial de componentes para la industria del automóvil, forma parte del grupo Delphi y éste, aunque formalmente se desgajó hace unos años, de todo el entramado empresarial de General Motors, una de las mayores empresas del mundo, con un nivel de ventas incluso superior al producto interior bruto de un país como Dinamarca. 

 

 Delphi tiene una plantilla de unos 180.000 trabajadores repartidos en más de 160 centros o factorías y en 2005 tuvo unos ingresos de casi 27.000 millones de dólares, lleva veinticinco años instalada en Cádiz (además de en otras provincias españolas) y en los últimos tiempos recibió más de 62 millones de euros del gobierno andaluz en sunvenciones encaminadas a realizar nuevos planes industriales y a mantener el empleo, al menos, hasta 2010.
 
 Sin embargo, hace unas semanas sus directivos expresaron un mensaje lacónico y contundente: “Hemos cerrado, es la cruda realidad”.
 
 La razón aducida para cerrar la factoría gaditana es que allí se han registrado pérdidas por valor de 150 millones de euros en los últimos cinco años y que, además, el grupo se encuentra en una situación difícil en Estados Unidos, en donde también se vienen registrando pérdidas hasta el punto de que la empresa ha debido acogerse en Michigan a la ley estadounidense de suspensión de pagos (por cierto, con un comportamiento empresarial que los sindicatos han calificado allí de “repugnante”).
 
 Expuesta así la situación parece lógico que la multinacional tenga que cerrar su factoría de Puerto Real: ¿qué empresa puede estar soportando pérdidas tan cuantiosas durante tanto tiempo?, podríamos pensar.
 
 Lo que ocurre es que las cosas no son tan elementales en el mundo de los negocios transnacionales.
 
 ¿No es Delphi una empresa global, una corporación con negocios, inversiones e intereses a escala planetaria, y entrelazados en multitud de países, en numerosos centros fabriles e incluso entre sociedades mercantiles de diferente tipo, tamaño y condición? ¿no  hace efectivo su valor empresarial precisamente gracias a su condición de empresa transnacional, capaz de operar en diversos espacios, sectores y negocios?, ¿por qué, entonces, sólo te toman en cuenta los resultados contables de Puerto Real, si lo que se hace allí no se traduce sólo en ingresos locales, sino en beneficios a escala global?
 
 Como ocurre con cualquier otra empresa transnacional, Delphi ha tejido una red, una arquitectura mundial de negocios perfectamente entrelazada y que funciona  integradamente gracias a una maquinaria de sofisticada ingeniería comercial, contable y financiera.
 
 Las empresas transnacionales, y Delphi entre ellas, pueden hacer aparecer pérdidas o beneficios allí donde más les convenga utilizando para ello, entre otros procedimientos, los llamados “precios de transferencia”, un mecanismo que consiste sencillamente en facturar entre los diferentes nudos de la red a precios de libro en lugar de a precios de mercado.
 
 Así, si en el interior de la propia red de Delphi, la factoría de Cádiz compra cualquier tipo de input a una alemana a alto precio y luego vende lo producido a bajo precio a un centro polaco, estará generando beneficios extraordinarios en Alemania y pérdidas en Polonia.
 
 Lógicamente, la corporación busca maximizar los beneficios en su conjunto y para ello factura internamente de modo que, por ejemplo, en los sitios con impuestos sobre las ganancias más elevados se tengan menos beneficios o que en los lugares con problemas de empleo y gobiernos dispuestos a subvencionar aparezcan pérdidas.
 
 Además, puesto que en los últimos años se ha impuesto un régimen de plena libertad de movimientos para los capitales que permite que las grandes empresas se desplacen sin problemas a los lugares donde existen condiciones de costes más favorables, los precios de transferencia se utilizan, sobre todo, para favorecer estas estrategias de deslocalización que son tan características de la globalización neoliberal de nuestros días.
 
 Se trata de una práctica bien conocida y practicada con absoluta generalidad por este tipo de empresas. El Comité de Empresa de Delphi ha denunciada, por ejemplo, que así ha ocurrido con el sistema de suspensión trasero S4300 que se transfirió de Puerto Real a Polonia sin reflejo contable, con la compra de las piezas de forja metálica a centros de la India a un precio que no compensaba el incremento del coste logístico, o con la venta de piezas estampadas en Cádiz y vendidas al centro de Luton a precio inferior al de adquisición.
 
 La consecuencia de todo ello es el doble lenguaje que utiliza este tipo de corporaciones: allí donde interesa aparecer con pérdidas se recurre a la amenaza, a la presión sobre los salarios, o a la demanda de subvenciones aunque, al mismo tiempo, a nivel global se transmite la imagen (normalmente real) de empresa potente, rentable y consolidada.
 
 No es casualidad que mientras se cierra la factoría de Puerto Real en Cádiz, la propaganda internacional de Delphi muestre una realidad bien distinta de la empresa. En un folleto reciente se dice lo siguiente: “El hecho de que nos hayamos acogido al capítulo 11 de la Ley de estados Unidos no tiene que ver con la situación aquí en Europa. En general, en Europa Delphi tiene un flujo de caja positivo, es competitiva y está aprovechando oportunidades de crecimiento, por lo que continuará trabajando con toda normalidad”. De hecho, también el Comité de Empresa gaditano ha denunciado que lo que parece que está ocurriendo no es que la factoría de Puerto real contribuya negativamente a los resultados del grupo sino que Delphi prefiere llevarse la producción a Plonia, donde podrá obtener beneficios más elevados gracias a los costes laborales más reducidos.
 
 La pregunta inmediata ante este tipo de prácticas es si puede hacerse algo y si lo gobiernos tienen instrumentos para frenar estos procesos de deslocalización que tienden a igualar por abajo las condiciones laborales en todo el planeta, es decir, a deteriorarlas al mismo tiempo que los beneficios se incrementan sin cesar.
 
 La respuesta, obviamente, es negativa. Sin normas internacionales, sin reglas de comportamiento mundial, sin restricciones éticas efectivamente traducidas a un derecho exigible a escala planetaria, las empresas transnacionales pueden actuar como ahora hace Delphi sin que nadie les pueda poner freno.
 
 El problema es que en lugar de avanzar hacia el establecimiento de un régimen internacional que garantice los derechos laborales, el trabajo decente y el desarrollo armónico de la actividad económica, se va en sentido contrario. Las empresas transnacionales tienen un poder enorme e influyen constantemente en los gobiernos y legisladores de modo que, en lugar de trabas, lo que encuentran son condiciones cada vez más favorables para llevar a cabo actuaciones como las de Delphi.  

 

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