Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Dos tipos de hambre en Bolivia

 El Programa Mundial de Alimentos acaba de publicar un informe que indica que una de cada tres familias bolivianas pasa hambre. El informe señala también que 615.000 niños menores de 13 años de edad se acuestan sin haber comido nada nutritivo durante el día y que un total de tres millones de bolivianos no consumen suficientes alimentos para llevar una vida activa y saludable. 

 

 En promedio, una de cada tres personas a nivel nacional y cuatro de cada cinco personas en el ámbito rural no pueden acceder a la canasta básica alimentaria.El informe solo tiene, a mi modo de ver, un error grande: considera que el hambre que afecta a esas personas es la falta de recursos económicos. 

 

 Se equivocan.  

 

 Bolivia sí tiene recursos económicos pero existe otro tipo de hambre que es lo que deja sin poder alimentarse a esos millones de seres humanos: el hambre de beneficios.
 Es un hambre que padecen empresas como Repsol, el BBVA y otras que expolian los recursos y se llevan las ganancias mientras dejan en la miseria a los que deberían ser sus legítimos propietarios.
 El hambre de los bolivianos, la que sufren esos 615.000 niños que nunca tendrán lo que tienen los hijos de los directivos, políticos y periodistas que ahora protestan contra Evo Morales, es un hambre de a pie, que mata de dolor y de pena. Que hace apretar los dientes destrozados de rabia pero que cultiva hombres y mujeres dignos, hambrientos, pero tan deseosos de ser dueños de sus destinos como para poner, como ahora, en jaque a los poderosos que quisieron condenarlos para siempre a la frustración y la miseria.
 Es el hambre humana de la miseria que sienten los que han sido empobrecidos por el egoísmo de otros.
 El otro hambre es distinta. Es hambre solamente de dinero y de poder, de prebendas y privilegios. Es ansiosa, compulsiva y ruin. Insaciable. La mayoría de las veces, delictiva, torticera y criminal.
 El hambre de estas empresas es la que las lleva a saciarse no con mendrugos sino con billetes millonarios, a ocultarse en paraísos fiscales, como hace el BBVA, para no tener que compartir con los parias ni el más mínimo resquicio de sus riquezas, para no pagar impuestos, para ganar más y más y más a cada instante.
 El fiscal anticorrupción español denunció hace dos años la «masiva presencia» de la banca española en los llamados paraísos fiscales, el auténtico terrorismo de corbata en el que se manifiesta el hambre de beneficios que asola el mundo empobreciendo a cientos de millones de seres humanos.
 Sólo en 2005 el BBVA ganó 95 millones de dólares en esos lugares de crimen económico, aunque mucho menos que otro banco que practica ese tipo de crimen económico: el Banco de Santander que ganó de esa forma 414 millones de euros.
 El presidente del BBVA (hambriento de beneficios) ganó oficialmente en 2005 8,93 millones de euros. Casi sesenta mil veces más que el 20% de los bolivianos (hambrientos de un miserable pedazo de pan) que viven con menos de medio dólar al día.
 También el hambre de beneficios azuza a Repsol y la lleva a destrozar el medio ambiente, a hacer trampa en la extracción del crudo, a embolsarse los dividendos sin compartir, a evadir impuestos, a arruinar la vida de miles de indígenas, hambrientos, por su parte, solamente de un poco de comida y de justicia.
 El hambre de los pobres bolivianos los ha llevado a votar a Evo Morales, como ellos mismos, despreciado por oligarcas y poderosos de todo el mundo.
 El hambre de ganancia de los ricos los lleva a hablarle al oído a los que mandan y a dictarles lo que tiene que decir en su defensa. El Ministro de Economía español se ponía serio y sacaba pecho para decir que Morales no podía quitarle las acciones al BBVA sin indemnizar al banco. Pero calló y calla como un cobarde y no dice cómo llegaron a manos del BBVA esas acciones, cuál es su legitimidad, qué es lo que quería y lo que quiere el hambriento pueblo de Bolivia. Y por supuesto, guarda silencio sobre la forma en que han actuado las empresas “españolas” en esas tierras, sobre su irresponsabilidad social, sobre su egoísmo sin límite, sobre sus delitos fiscales, financieros y ambientales. El hambre de los pobres apenas puede comunicarse, la de los ricos se amplifica y exagera. El día pasado 17 de mayo una editorial del diario español El País (en el que tienen gran influencia tantos periodistas progresistas a los que en tantas ocasiones hemos admirado) decía que Evo Morales “ha cargado sin ton ni son contra el BBVA y el grupo suizo Zurich” y señalaba que su “retórica amenazadora es, en este caso, un puro disparate”.
 Terminaba dando un consejo bien expresivo de la típica superioridad y altivez con que los ricos han tratado siempre a los pobres: “debería cuidar sus modales”.
 Sin embargo, a los dueños de ese periódico no se les ocurre que tienen otro mal comportamiento, que se puede afear éticamente en mucha mayor medida, y sobre el que no quieren reparar. Su periódico viene despotricando contra la nacionalización del gobierno boliviano y defendiendo especialmente los intereses de Repsol pero no consideran oportuno hacerle saber expresamente a sus lectores que Repsol financia al periódico (ahora mismo, por ejemplo, patrocinando unos cuadernos de decoración y jardinería, cruel paradoja, por cierto, de quien lleva años destruyendo bosques y medio natural).
 ¿Es concebible que un diario critique a la empresa que lo financia? Seguro que no. Pero si no la va a criticar, ¿no deberían saberlo sus lectores, no sería más ético que reconociera explícitamente sus intereses económicos, bien sea publicitarios o relativos a otras inversiones, por ejemplo, del grupo multimedia que lo edita?
 Esos son problemas, en todo caso, que no afectan a los pobres de verdad, a los que no tienen nada. Estos no tienen bancos, ni periódicos, ni acciones en las Islas Caimán, ni chóferes en la puerta. No tienen nada. Sólo su dignidad, su voluntad de vencer y de hacer que el mundo sea más justo. Y eso, solamente eso, esa voluntad de hacer justicia que se manifestó en el voto a Evo Morales, es lo que no pueden soportar los ricos, los vergonzantes hambrientos de poder y de dinero.
  

 

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