Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Los retos de las izquierdas

Este texto forma parte del número 4 de los Documentos de Debate del Grupo Ruptura para la transformación social titulado Los retos de la izquierda en el Estado español: ¿cómo afrontamos el nuevo ciclo? Su contenido completo puede leerse aquí. También ha sido publicado en ctxt.es

La coyuntura que vivimos en España es el resultado de una confluencia de circunstancias excepcional que ha dado lugar a una expectativa grande (y me atrevería a decir que inevitable) de cambio político.

Por un lado, es el resultado de una crisis que esta vez ha dejado ver con toda claridad (como quizá no había sucedido nunca antes) la naturaleza corrupta y fraudulenta del capitalismo, lo que ha permitido que las respuestas a los problemas económicos planteados hayan tenido una componente antisistémica inevitable y más potente y nítida que nunca antes (aunque, por eso, también las defensas del sistema han debido reforzarse de modo extraordinario). Eso ha explicado que los movimientos de indignación y la movilización en general hayan sido muy fuertes, extendidos y plurales.

Por otra parte, esa crisis económica muy profunda ha coincidido en España con otra también muy grave de la institucionalidad en la que se basó el régimen de la transición y que ha puesto en cuestión el status quo en materias tan relevantes como el Estado de las autonomías, la monarquía, los partidos políticos, los pactos entre las oligarquías y nacionalismos centrales y periféricos, o incluso la naturaleza de nuestra relación con el marco europeo, entre otras. El desaprecio y rechazo institucional que ha producido esta segunda crisis (sobre todo por la corrupción generalizada que la acompaña) ha reforzado la indignación generada por la anterior, ha debilitado la capacidad de maniobra y de respuesta de las fuerzas del sistema ante ambas crisis y ha obligado a que la respuesta a la crisis institucional también haya debido tener componentes (al menos discursivos) forzosamente situados fuera del marco hasta ahora habitual (horizonte constituyente, República, planteamientos federalistas de diverso tipo, formas o estilos de la democracia, pertenencia al euro o incluso a Europa…).

Ambas circunstancias o crisis (o, mejor dicho, su coincidencia) son las que han permitido o provocado que la respuesta social y política haya sido, e incluso todavía esté siendo, de una fortaleza también inusual que se ha manifestado en lo que, solo para entendernos, podríamos denominar como en el fenómeno «Podemos». Por primera vez desde el final de la dictadura ha habido un sujeto político nacido de una movilización social específicamente puesta enfrente de la institucionalidad dominante y claramente dispuesta a actuar sin voluntad de ser parte del aparato de dominio social (algo que, en cuanto dejó de ser indisimulado, provocó lógicamente una respuesta también inusualmente contundente por parte del sistema). Por primera vez, tenía presencia política decisiva quien expresamente deseaba hacer y hacía política extramuros del régimen de la transición y quien, a poco que tirase del hilo de la crisis económica, se encontraría inevitablemente en posiciones antisistema (ni siquiera por voluntad propia sino porque la crisis es sistémica).

Sin embargo, mi opinión es que el impresionante impulso con que se fue manifestando y desarrollando ese proceso de irrupción política no solo de un nuevo sujeto, sino también (y eso era igual de importante) de un nuevo movimiento social, de un nuevo ecosistema de la política, de un nuevo lenguaje y de una nueva «georreferencia» de las alianzas, ha entrado en barrena desde hace algún tiempo. Y me temo que en España también pueda ocurrir que la llamada Gran Recesión termine, desde el punto de vista de la respuesta social, en la Gran Frustración o la Gran Decepción (francamente, me siento ahora incapaz de decidirme por un término o por otro, quizá, porque en el fondo creo que deberían utilizarse los dos). Y no creo que haga falta señalar que la pérdida de casi un millón de votos en las últimas elecciones y la convicción generalizada de que si hubiera unas terceras se perderían aún muchos más, son los síntomas más visibles de ello.

En este contexto, el debate que suelo percibir sobre lo que ha ocurrido y sobre lo que podría ser que ya haya empezado a suceder me parece bastante elemental, por no decir que simplista. Básicamente se centra en discutir si la izquierda debe darle prioridad al trabajo institucional o al de «la calle», si la batalla electoral es central o no, si hay que ser más o menos «radicales» en el sentido de subrayar o verbalizar con mayor énfasis el carácter antisistema de los proyectos políticos, si éstos deben revestirse de un barniz claramente de izquierdas o si deben presentarse como algo «transversal» y susceptible de ser asumido por sectores sociales tradicionalmente alejados de estos planteamientos o, incluso (como ocurre cuando escribo estas líneas) si el problema es «el tono» más o menos fuerte del discurso de los líderes.

Es posible que esté simplificando la situación, los términos del debate y la naturaleza de los discursos que se hacen (y de hecho me consta que ha habido aportaciones de gran interés sobre todo lo que está pasando). Pero, en cualquier caso, lo que quiero señalar es que me parece que (al menos con carácter general) no se está entrando a plantear y resolver lo que a mi juicio son grandes patologías que vienen afectando desde hace decenios a las izquierdas y que, a mi modo de ver, son las responsables de que sus proyectos políticos o experiencias de gobierno sigan estando abocados o a fracasar o a traicionar.

Como el espacio de esta aportación es muy reducido, me limito a presentar, de la manera más resumida posible y siempre en términos generales (sabiendo que hay excepciones a lo que señalo), las que me parecen más importantes y las que creo que en mayor medida influyen en el desinflamiento de la izquierda a la hora de dar respuesta a una situación de crisis generalizada que en principio era muy favorable para que de ella viniese el impulso y la orientación del cambio.

En primer lugar, me parece que las izquierdas siguen generalmente atadas a un concepto del progreso y la transformación social decimonónico que carece del componente más importante que puede y debe tener cualquier estrategia de cambio social que tenga al ser humano como eje central: el humanismo. Tengo la impresión de que las izquierdas actúan guiadas por una percepción mecanicista de la historia que hace creer que los cambios se producen simplemente operando sobre las grandes piezas o agregados abstractos de la vida social.

La principal consecuencia de ello es que las izquierdas no han aprendido a convivir con los seres humanos en su realidad cotidiana como personas ni a congraciarse con su diversidad. A las izquierdas todavía parece que les cuesta mucho trabajo entender que, aunque es evidente que existen clases y grupos sociales específicos y con características o incluso intereses objetivos comunes, los protagonistas reales de la vida y el cambio social son los seres humanos (ojo, no como individuos sino como seres sociales). De ahí que siga siendo proverbial su incapacidad para afrontar en paz y con eficacia el diálogo con la sociedad, y no solo con la más distante sino con la más próxima, con ella misma. Y de ahí el cainismo tan generalizado y presente.

Me temo que las izquierdas siguen sin ser capaces o sin tener deseo de ser amables, de ser humanas, y que carecen de prójimos. Hicieron suyas las banderas de la libertad y la igualdad pero dejaron a un lado la fraternidad. Y así es muy difícil que se hagan querer por quienes no compartan su credo o los postulados de su exclusiva razón (o incluso por quienes los comparten).

En segundo lugar, también tengo la impresión de que las izquierdas siguen teniendo una percepción fragmentada o incluso dicotómica de la realidad y de la acción social y que sus planteamientos carecen del sentido de la complejidad que es imprescindible para reconocer la realidad tal cual es. La supuesta disyuntiva entre lo institucional y la calle, o entre la reforma y la revolución son buenos ejemplos de ellos.

Quizá todo eso tenga mucho que ver con el hecho de que las izquierdas no han sabido crear un espacio de creación intelectual, de pensamiento y reflexión compartidos, de elaboración colectiva, de donde salga combustible cognitivo para la acción social y una especie de lengua franca a la hora de hacerle propuestas a la sociedad. Una de las consecuencias más paralizantes de esta carencia es la baja formación, la escasa cualificación y la poca preparación de quienes deberían ser mediadores o creadores de una nueva realidad y de efectos letales que no creo que sea necesario subrayar.

En tercer lugar, me parece evidente que las izquierdas siguen limitándose generalmente a ofrecer a la sociedad proyectos de futuro que solo se pueden asumir o no como se asumen las creencias religiosas, mediante actos de fe. Las izquierdas no han sabido «anticipar» el futuro que pregonan construyendo ahora experiencias de vida y organización social que de algún modo permitan visualizar el modo de vivir futuro y diferente que ofrecen a los demás.

Y me parece particularmente grave y paralizante que la izquierda más radical haya despreciado e incluso demonizado el reformismo que permite hacer cosas y vivir experiencias, y no solo hablar de ellas, que demuestran a la sociedad que las cosas pueden cambiar y, sobre todo, que permite que las personas se empoderen cuando comprueban que pueden construir otro mundo por sí mismas. Es normal que a la gente le cueste creer que quien es incapaz de transformar una minúscula parte sea capaz de transformar el todo.

En cuarto lugar, las izquierdas todavía llevan sus espaldas el lastre tremendo que supone haber renunciado en su día a hacer suyos los ideales de la democracia y los derechos humanos dejando en otras manos los mejores escudos sociales frente a las crisis y el sufrimiento que provoca el capitalismo

Finalmente, las izquierdas siguen siendo profunda y lamentablemente masculinas y completamente desentendidas del cuidado y del cariño como prácticas básicas de la vida (y, por tanto, de la política).

En suma, creo que, más allá de respuestas coyunturalistas, a la izquierda le hace falta pensar colectivamente antes de actuar, dialogar entre sí y con la sociedad en su conjunto con fraternidad, anticipar el futuro y poner en marcha experiencias de producción, consumo y de relación social novedosas, hacerse femenina y convertir la política en una dimensión más del cuidado, y entender que los cambios sociales no son una operación mecánica sino la obra de seres humanos muy diferentes, con intereses contradictorios y no siempre compatibles. Y ni siquiera así será fácil.

 

5 comentarios

Antonio Hernández 15 de octubre de 2016 at 10:33

Estoy de acuerdo básicamente. Y creo que hay una parte de la izquierda que ni siquiera le interesa etiquetarse como tal. Que está trabajando en la construcción de lo nuevo, sin mirar atrás, sin pretender demoler lo viejo. Las etiquetas y las carcaturas no le sirven. Construye su visión de futuro.
Esa y sólo esa logrará los cambios necesarios.

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Francisco Muñoz Gutiérrez 15 de octubre de 2016 at 18:29

En mi opinión haces un análisis académico de laboratorio, desenfocado ya en la base de los ingredientes con los que lo formulas. Ciertamente coincido en que el problema es grave y que merece minucioso análisis.
Al ser este un formato de comentario me voy a limitar a señalar sintéticamente algunos apuntes generales de mi comentario al artículo.
En mi opinión, la indignación es un componente de sentimiento individual masivamente compartido y manifestado en el evento del 15 M. Podemos es un artificio de “listos” politólogos que bajo el supuesto de canalizar la indignación se apodera de su fuerza social creando una institución política clásica de fuerte estructura piramidal con Pablo de único líder autoproclamado.
La génesis de Pablo y Podemos se cuece en las catacumbas de IU con Prometeo y las tesis de Julio Anguíta y Monereo. Consecuentemente Podemos no nace del 15 M, sino que lo parasita. De ahí su aparente bipolaridad política entre “la calle” y “las instituciones” con aguda fijación por “las instituciones”. Su doctrinario no es revolucionario, ni reformador, sino de “conquista del poder institucional” (Julio Anguíta).
Podemos no es un sujeto político, sino un producto del sistema electoral con manifiesta vocación de aparato de dominio social. En mi opinión son tan falsos demócratas como el resto de opciones políticas del arco parlamentario español. No consolidan ningún movimiento social, mucho menos un nuevo ecosistema político, ni “georeferencia” de las alianzas. Son los viejos “lobos” bolcheviques disfrazados de ovejitas del 15 M.
El raquitismo de la izquierda española es enorme a lo largo y ancho de todo su espectro de opciones. Curiosamente le sucede lo mismo a la derecha española, aunque de signo inverso. Es decir; los escritos ideológicos de Rajoy lo sitúan en la esfera de la extrema derecha franquista, en la órbita de Fernández de la Mora, un personaje a la derecha del mismo Hitler. Sin embargo pocos de sus votantes son conscientes de ello. La derecha española solo defiende el status quo del conjunto de privilegios de los herederos del franquismo. Ni saben, ni les interesa, el abanico ideológico. Por ello todo el mundo se define centrista; una especie de limbo político en permanente niebla lleno de puertas giratorias y corrupción made in “todo por la tapia”.
El pragmatismo felipista llevó a la “izquierda” también a este mismo “centro” del españolismo posfranquista, y como el problema del pueblo español en el 78 era el hambre, la miseria y la falta de expectativas, la percepción mecanicista del felipismo fue la burbuja inmobiliaria y el dinero helicóptero del milagro de los fondos FEDER y demás fondos de inversiones europeos.
En realidad fue Felipe quien creó el “centro” difuso; iliberal, a–social, y falso demócrata que hoy tenemos. El gran oxímoron de la política española donde derecha e izquierda fagocitaban ab libitum lo público sin mayores proyectos de cambio y mejora del Estado y de su ciudadanía. Ni igualdad, ni libertad, mucho menos fraternidad han sido nunca parámetros del centrismo pragmático. El nuevo paradigma se describe en términos de productividad, rentabilidad y beneficios personales. ¿Humanismo?… Si; en cuenta corriente.
A partir de ahí, la izquierda española no observa mayor complejidad, ni realidad que la de los resultados en la propia cuenta corriente; la personal. El PSOE se llenó de a–políticos en busca de carrera fácil (trepas) y las amistades de Felipe se coronan con personajes tan de izquierdas como Carlos Slim, etc. Gente con sentido común y pensamiento político del tipo de José Múgica (Uruguay), o los socialdemócratas escandinavos, desaparecieron fulminantemente de un partido inundado de “trepas” y codazos donde el cainismo es el método político de la conquista del poder interno.
En ese ambiente no es posible ningún combustible cognitivo para nada porque no hay convicciones, sino adaptaciones miméticas, lo que explica esa baja formación, escasa cualificación y ninguna preparación de esos cuadros medios del PSOE. Así para esconder esa mediocridad mandobediente se abre una profunda brecha entre los cuadros medios y altos formando una élite afectada por el síndrome de la titulitis ad hominem que, en el mejor de los casos, fabrican proyectos ad hoc mediante actos de laboratorio académico (actos de fe universitaria) sin interacción con la realidad social. Popper es un absoluto desconocido para esta élite del pragmatismo centrista únicamente anclado en el presente como elemento de sucesión de futuros inmediatos, y donde “transformar el presente” tan solo es “adaptarse a las fuerzas que dominan el presente” para hacerlo más llevadero (pragmatismo) en el futuro.
Lamentablemente el laboratorio absolutista de Podemos no abre –en mi opinión–, mejores perspectivas de sociedad democrática y solidaria en términos humanos y económicos. En España no existe la izquierda democrática; ni política, ni económica (keynesiana). Tampoco la derecha liberal; ni política, ni económica (corrupción).

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Andres Niporesas 15 de octubre de 2016 at 21:58

El transversalismo. El «No soy de aquí, ni soy de allá» es una posición muy cómoda para los arribistas (nunca se les podrá reprochar algo) pero no para las personas honestas y comprometidas.
Una persona de izquierdas debe ser ante todo honesta con el pueblo. Sin disfraces. Utilizando terminología inteligible. Por supuesto que se necesitan instrumentos mediáticos. Esto es fundamental. En mi época existían programas como «La Clave» en que una película inteligente servía de disculpa para un debate. Revistas como «Triunfo» que aglutinaba desde cristianos progresistas a comunistas.
El partido debe liderar a la ciudadanía, no a la inversa. Un partido no es una empresa.
En cuanto que no se han intentado modelos de izquierda. Diga mejor que no los han dejado prosperar. Yo puedo citar unos cuantos pero me quedo con mi preferido el Chile de Allende. por cierto recomiendo que vean la película «Llueve sobre Santiago».
¿Que no hay humanismo en la izquierda? Dónde mas. A lo mejor no conoce la empresa privada. Pero la discriminación ideológica es muchísimo mas grande que la femenina y aún así conozco sindicalistas despedidos por dar la cara. Lo de la persecución de la izquierda es patente hasta en la Universidad. El mismo profesor Vicenç Navarro comenta en un articulo lo siguiente «para salir de la Gran Recesión se necesita estimular la demanda, inmediatamente le ponen a uno la etiqueta de ser un keynesiano, neo-keynesiano o “lo que fuera” keynesiano. En realidad, tal medida pertenece no tanto a Keynes, sino a las teorías de Kalecki, el gran pensador polaco, claramente enraizado en la tradición marxista…..
Ahora bien, como Keynes es más tolerado que Marx en el mundo académico universitario, a muchos académicos les asusta estar o ser percibidos como marxistas y prefieren camuflarse bajo el término de keynesianos.». Profesor, !Hasta la ciencia tiene que esconderse!. Ya está bien.

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Andres Niporesas 17 de octubre de 2016 at 14:41

Perdone, No entendí bien su artículo en la primera lectura, es por eso que hice un comentario inapropiado que debo puntualizar. Creo, ahora, entender que Vd. pide a la izquierda, con muchísima razón, una reflexión para una actitud positiva y pragmática. Bien. Se me ocurre lo siguiente:
Qué cada fuerza comprenda que su objetivo legítimo de alcanza el poder debe pasar por diferentes etapas. Esas etapas deben dee racionalizarse. Por ejemplo, podrían organizarse de forma que la primera fuese aquella que mas consenso reúna o que mas apremie. Una vez cumplida, Se pasa a la siguiente en la que procederemos de igual forma.
Asi, por ejemplo. 1ª etapa: Quitar el poder a una derecha poco presentable.
2º etapa: presentar un un cambio constitucional para resolver el problema nacionalista, la jefatura del Estado, nuestra ley electoral, nuestra relación con la Iglesia y con el exterior.
3ª etapa: nacionalización o creación de empresas estratégicas para garantizar los servicios básicos del país, de forma que al mismo tiempo que fortalecemos la independencia del país, puedan utilizarse como instrumentos de regulación en el mercado financiero, de bienes y laboral.
Asi sucesivamente.
En cada etapa, cada fuerza debe presentarse con la ideología que representa o en coalición (renunciando en esta etapa a sus objetivos finales). Una alianza justa, a posteriori, sería aquella que mantendría la proporción de escaños o mejor de votos alcanzados. Esto no fue lo que hizo el PSOE después de las elecciones de Noviembre. Posiblemente, algunas fuerzas que predicaban una cosa ahora digan ahora otra. Habrá que dejarlas fuera de la alianza y poner de manifiesto ante la ciudadanía su contradicción. El programa de gobierno a plantear será de consenso entre todos, renunciando cada uno a los objetivos de otras etapas que no sean coincidentes con el resto de aliados. También podrían quemarse dos o mas etapas en una depende de la fuerza y consenso de los aliados.
Por supuesto en cada etapa los aliados serán distintos y cada fuerza tendrá que convencer a los ciudadanos de la bondad de sus propuestas.
No olvidar nunca que tener medios de comunicación es fundamental. Son los cañones de la democracia. Que la política la hacemos las personas y las personas tenemos muchos defectos (codicia, vanidad, pereza..). Elijamos bien los líderes «Por sus obras los conoceréis».

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Mario Plaza Delgado 17 de octubre de 2016 at 22:05

Con simpatía y humor, Juan, un par de cosas. Ya no recibo los correos de ganas de escribir. No se si es que hay alguna selección, pero me he vuelto a suscribir aunque no me había borrado.
Y la otra es que, aunque me sueles convencer y casi no me formo una opinión hasta que no conozco tus argumentos, en esta ocasión me temo que estoy un poco en desacuerdo. en efecto, las carencias de la izquierda, que de alguna forma estarían en la base de su declive, serían, más o menos para simplificar: una concepción algo mecanicista de la historia, el carecer de cierto sentido de la complejidad, el limitarse a ofrecer proyectos de futuro, el renunciar a hacer suyos determinados ideales de democracia y derechos humanos, y determinada desatención a las políticas de los cuidados.
Y claro que a determinadas izquierdas se la pueden encontrar limitaciones en estos aspectos, aunque tal vez esas carencias no necesariamente debieran de ser intrínsecas, pero es que en aquello que está mas o menos boyante, frente a la izquierda, estas cualidades se satisfacen mucho peor. Así que esas carencias de los proyectos de izquierda no deberían ser las causantes de su declive. Por ejemplo, en lo de, en expresión castizista, lo neoliberal, a la manera que lo puede definir Naomi Klein, ¿se cumplirían mejor las exigencias las cualidades que se enumeran? Me parece que no.
Además, es que esas características no pueden servir. Porque es según se mire. Por ejemplo, en la página 136 de un libro titulado Ocaso, con original Dämmerung de 1934, se lee que «el marxismo es más noble, más profundo, más sofisticado y más íntimo». Más o menos las condiciones referidas, y puede ser por eso por lo que está de capa caída.
Un afectuoso saludo.

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