Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

¿Quienes son, de verdad, los adictos a la deuda?

En los últimos decenios, desde los años 70 del siglo pasado, la deuda pública y privada se ha multiplicado en todo el mundo (ha crecido casi tres veces más que la producción) y uno de los mitos, por no decir falsedades, que más se han extendido es que eso ha ocurrido por dos razones. La primera, porque se dispara cuando las izquierdas gobiernan y, la segunda, porque las personas o los países viven por encima de sus posibilidades.

Los datos, sin embargo, son muy concluyentes y no dejan lugar a dudas.

Si se toma, en primer lugar, el caso de la deuda pública es fácil comprobar que son los gobiernos más conservadores los que elevan la deuda en mayor medida.

En Estados Unidos, si dejamos a un lado las presidencias de Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, que tuvieron que financiar la participación de su país en una guerra mundial, el presidente que más elevó la deuda fue Ronald Reagan. Sí, durante el mandato de quien decía ser el gran enemigo del gobierno y lideró, junto a Thatcher, la revolución conservadora contra la intervención pública, la deuda gubernamental creció un 186%. El segundo presidente con mayor crecimiento de la deuda fue el también republicano George W. Bush (101%); el tercero sí fue un demócrata, Barak Obama, en cuyo doble mandato la deuda subió un 74%, bastante menos a pesar de haber tenido que hacer frente a la peor recesión del los últimos 90 años. Y después de él, vienen dos nuevos presidentes republicanos: George H. W. Bush (54% de incremento) y Gerald Ford (47%). Con el presidente que menos subió la deuda de Estados Unidos fue con el demócrata Bill Clinton (32%).

Todavía no ha terminado la presidencia de Trump y no podemos saber exactamente cómo terminará la deuda bajo su mandato. Sabemos que hizo su campaña -como casi todos los aspirantes de derechas- prometiendo acabar rápidamente con los déficits. Concretamente, prometió acabar con toda la deuda nacional en ocho años (aquí). Lo que va a suceder será, con toda seguridad y como casi siempre, otra cosa muy diferente. Cuando comenzó su presidencia, en enero de 2017, la deuda pública de Estados Unidos era de 19,9 billones de dólares. En 2019 ya era de 23 billones, registrando el crecimiento más rápido de la historia de ese país. Con las estimaciones presupuestarias que había hecho su propia administración se calculaba que trump aumentaría la deuda pública en 4,8 billones de dólares en su primer mandato. Si se le suma la que tendrá que generar como consecuencia de la crisis fiscal que producirá la pandemia del Covid-19 se puede asegurar que muy posiblemente batirá un record histórico.

Si se toman los periodos de presidencia republicana o demócrata en su conjunto, los datos también demuestran que, globalmente, son los primeros quienes más aumentan la deuda. En concreto, una investigación publicada en 2014 estimó que, en comparación con los presidentes demócratas, los republicanos agregan cada año entre un 0,75% y un 1,2% más al déficit (como porcentaje del PIB) y un 0.97% más a los déficits en promedio cada año (el estudio y los datos están aquí).

Esta investigación detectó que los gobiernos a la izquierda sólo aumentan el gasto y los déficits más que los conservadores cuando se encuentran en etapas de recesión, como es lógico y necesario que ocurra. Y otra investigación significativamente titulada El color político de la responsabilidad fiscal (aquí) llega exactamente a la misma conclusión, no sólo para Estados Unidos sino para los países de la OCDE, el grupo de países más ricos del mundo.

Otro caso histórico que demuestra bien claramente que son los gobiernos más a la derecha los que incrementan en mayor medida la deuda es el de las criminales dictaduras militares de América Latina que destrozaron a sus países para abrir la puerta al neoliberalismo: dijeron que venían a salvar a sus patrias y lo que hicieron fue endeudarlas por decenios y arruinarlas.

La deuda externa argentina contraída por la dictadura militar entre 1976 y 1983 pasó de 6.300 a 46.000 millones de dólares. La deuda pública de Brasil pasó de ser el 15,7% del PIB en 1964 al 54% del PIB en 1984, cuando los militares dejaron el poder, y la externa se había multiplicó por 30 en ese mismo periodo. En el Chile de Pinochet la deuda pública pasó de representar el 1,53% del PIB en 1973 al 17,06% en 1989; y la externa pasó del 9,16% del PIB al 33,10%

En España, el presidente con el que más ha subido la deuda ha sido Mariano Rajoy (28 puntos porcentuales del PIB). Durante el gobierno de Rodríguez Zapatero subió 23 puntos y 30 puntos en el de Felipe González, aunque si se tiene en cuenta que éste último gobernó durante más tiempo, resulta que la subió menos incluso que el gobierno de Zapatero. Durante el gobierno de José María Aznar la deuda pública bajó 13 puntos, pero su resultado sería muy distinto si se tiene en cuenta que bajo su mandato se vendió quizá la mayor cantidad de riqueza pública de la historia de España.

La historia de los llamados «municipios del cambio» que tuvieron que reducir drásticamente la deuda acumulada por gobiernos municipales de derechas en nuestro país es también muy significativa de lo que vengo diciendo.

No es verdad, por lo tanto, que los gobiernos más a la derecha sean los enemigos de la deuda y del gasto. Son, en realidad, quienes la elevan más que nadie y quienes no reducen necesariamente el gasto, sino que disminuyen el social y aumentan el que ayuda a grandes empresas o a la industria militar, al mismo tiempo que reducen impuestos a las rentas más altas.

El segundo mito en relación con quienes supuestamente alimentan en mayor medida la deuda consiste en decir que ésta aumenta porque los pueblos o los gobiernos son adictos a gastar o vivir «por encima de sus posibilidades».

Al respecto los datos también son bien claros. La proporción que representa la deuda familiar en el total no suele pasar del 20% y esta es, además, una deuda cuya magnitud no depende del deseo de las familias sino de los bancos o de los gobiernos que en lugar de fomentar el alquiler de la vivienda promueven su compra, precisamente, para ayudar a que los bancos hagan más negocio. La mayor parte de la deuda de las familias (sobre todo en las de renta más baja) suele ser la generada por la compra de la vivienda y es sabido que la magnitud de la deuda hipotecaria depende de la tasación del precio de la vivienda que fijan al alza los propios bancos para aumentar su negocio.

La deuda de las grandes empresas es bastante más elevada. Según la OCDE, las llamadas empresas zombis (ahogadas en deuda y que viven sólo a base de endeudarse) son el 16% de las que cotizan en bolsa y algo menos del 10% en Europa y las compañías privadas de Estados Unidos tienen, en promedio, un volumen de deuda equivalente a seis veces sus ganancias anuales

Por otro lado, no sólo resulta que la deuda familiar o incluso la del gobierno representan un porcentaje sobre el total menor que la de las grandes empresas y los bancos, sino que es tan alta debido al pago de los intereses. No nos podemos cansar de repetir que el 110% del incremento de la deuda pública en la eurozona de 1995 a 2018 se debe al pago de intereses: alcanza, en total, la astronómica cantidad de 6,4 billones de euros.

Quienes son de verdad adictos a la deuda son los bancos. Tienen el privilegio de crear dinero de la nada cuando dan un crédito (el Banco de Inglaterra lo explica con todo detalle aquí y el Banco de Alemania aquí). Si los bancos ganan más dinero cuanto más prestan ¿qué harían ustedes si fueran dueños de uno de ellos? Es sencillo, utilizar toda su influencia para promover políticas que obliguen a que la gente, las empresas y los gobiernos se endeuden constantemente; establecer normas (como las europeas) que impidan que los bancos centrales financien sin interés; tratar de que gobiernen políticos dispuestos a favorecer sus intereses; promover que se construya o produzca lo que haga falta con tal de que sea con financiación bancaria; penalizar a quien adelanta la amortización de su deuda…

El banquero Juan March decía: «lo que nos gusta es ganar dinero, no tenerlo». Esta avaricia, esta patología de los financieros, pone lo que falta para convertir a la deuda no sólo en el motor extremadamente peligroso de las economías de nuestro tiempo sino en una auténtica droga que consumen los banqueros y que paga el resto de la sociedad. La adicta a la deuda es la banca y quien más ayuda a que se droguen cada días más son los gobiernos conservadores.

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