Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

El eje del bien

Versión ampliada del publicado en La Opinión de Málaga. 26-09-2004 

La intervención del presidente brasileño, Luis Ignacio “Lula” da Silva, ha sido el banderazo de salida para aglutinar en las Organizaciones Unidas a 113 países en la lucha contra el hambre en el mundo.

 

El presidente Lula ha dicho que “el hambre es la peor arma de destrucción masiva”. Y lleva toda la razón. Cada día mueren más de 20.000 personas por desnutrición y un niño cada siete u ocho segundos. El hambre extrema afecta a unos 1.000 millones de personas y la llamada “hambre oculta” a otros 1.000 millones en un mundo que como dicen todos los informes internacionales produce más de lo suficiente para alimentar a toda su población.

 

Es verdad que el llamamiento de Lula y de los presidentes de Chile, España y Francia no será la solución definitiva porque será difícil que se asuma con suficiente compromiso, pero al menos significa una llamada de atención, una proclama necesaria. Las propuestas que realizó Lula son en realidad bastante elementales. No se puede decir que sean radicales desde cualquier punto de vista que se contemplen. Pero es que el hambre que asola a la tercera parte de la humanidad no es el resultado de circunstancias demasiado complejas, sino de la asimetría del poder y de la injusticia subsiguiente con que están organizados los procesos económicos.

 

Propuso Lula que se cree un Fondo Internacional para poder llevar a cabo las medidas que los organismos internacionales especializados vienen reclamando desde hace años sin respuesta. Para financiarlo el presidente brasileño sugiere, entre otras cosas, que se recurra a impuestos internacionales sobre las transacciones financieras o sobre el comercio de armas.

 

El establecimiento de un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales es una propuesta ya antigua. Hoy día, se calcula que circulan diariamente unos dos billones de dólares en los mercados financieros al margen de cualquier uso productivo, sólo dedicados a obtener rendimiento en operaciones puramente especulativas. No propone Lula que se elimine la especulación ni que se erradique esa utilización tan inequívocamente inútil de los recursos sociales. Para financiar programas efectivos contra el hambre bastaría con mucho menos. Sólo se trataría de aplicarles una tasa, un impuesto casi ridículo que unos cifran en el 0,01% y los más “avanzados” en el 0,5% o el 1%.

 

Lula ha propuesto también que se aborde de una vez la situación de los paraísos fiscales, auténticos desagües por donde escapan los recursos hacia los bolsillos de los privilegiados del planeta.

 

Para los españoles esta cumbre ha sido también especial. Después de haber tenido un presidente de gobierno en la terna de las Azores para llamar a la guerra, ahora tenemos la satisfacción de que el nuevo presidente utilice un órgano multilateral para pronunciarse y, sobre todo, que lo haga a favor de un compromiso humanitario tan importante.

 

El presidente Rodríguez Zapatero ha hecho una propuesta que no es tampoco novedosa, aunque no por ello es menos necesaria. Ha solicitado de nuevo que se asuma el compromiso de dedicar el 0,7% de los presupuestos a la ayuda internacional, una idea lanzada hace más de treinta años y que ni siquiera los gobiernos más ricos del mundo han sido capaces de poner en práctica.

 

En mi opinión, lo más importante de estas propuestas, además de haber sido hechas con un importante apoyo internacional, es que vinculan claramente la tragedia del hambre con la concentración tan desigual de la riqueza. Puede que eso sea hoy día sólo pura retórica pero el problema es que la única manera de erradicar el hambre en el mundo es atacando sus causas.

 

Son necesarios fondos financieros para llevar a cabo medidas de regeneración productiva y para proporcionar la ayuda necesaria a los colectivos desnutridos. Pero no basta con ello. ¿De qué serviría paliar el hambre por un tiempo si siguen vigentes las estructuras que la provocan?

 

Hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de los países que ahora sufren más esta plaga la padecen como consecuencia de las políticas neoliberales que ha implantado el Fondo Monetario Internacional. Hace treinta años los 49 países más pobres del mundo eran exportadores netos de productos alimenticios. Hoy día son importadores netos. Y eso ha ocurrido porque los países ricos han subvencionado sus productos, de manera que literalmente han expulsado de los mercados a los más pobres. Una vaca europea recibe una subvención mayor que el ingreso personal medio mundial.

 

El comercio internacional y los flujos financieros están actualmente organizados para proporcionar ventajas a los más ricos a costa de la capacidad productiva de los débiles. Eses es el principal obstáculo para hacer efectivo el derecho humano básico a la alimentación.

 

La agonía y la exageración con la que los ricos imponen sus condiciones no tiene límites y a veces parece hasta mentira. Hace unos días se conocía que Estados Unidos presionaba y amenazaba a la República Dominicana, a su gobierno y a su parlamento porque quería establecer un impuesto sobre algunas bebidas. Si hace eso contra un país cuya economía es el 0,47% de la suya, ¿qué no hará en asuntos más importantes para sus intereses?

 

Hay alimentos, hay dinero (financiar los programas contra el hambre requerirían solamente unos 20 días de gasto militar mundial). Si hay hambre es porque los poderosos viven a costa de empobrecer a media humanidad. Y es por eso que el relator de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación Jean Ziegler puede decir con fundamento y razón que “el hambre es un crimen”.

 

Ojalá la alianza de estos países contra el hambre inicie una guerra pacífica contra la miseria y el hambre. Bush habló del Eje del Mal cuando quiso buscar excusas para una guerra en la que sólo se dilucidaban beneficios para sus empresas y poder para su gobierno. Ahora se empieza a crear lo que podría ser el Eje del Bien y es sintomático que Estados Unidos no se hayan sumado al acuerdo.

 

La intervención del presidente brasileño, Luis Ignacio “Lula” da Silva, ha sido el banderazo de salida para aglutinar en las Organizaciones Unidas a 113 países en la lucha contra el hambre en el mundo.

 

El presidente Lula ha dicho que “el hambre es la peor arma de destrucción masiva”. Y lleva toda la razón. Cada día mueren más de 20.000 personas por desnutrición y un niño cada siete u ocho segundos. El hambre extrema afecta a unos 1.000 millones de personas y la llamada “hambre oculta” a otros 1.000 millones en un mundo que como dicen todos los informes internacionales produce más de lo suficiente para alimentar a toda su población.

 

Es verdad que el llamamiento de Lula y de los presidentes de Chile, España y Francia no será la solución definitiva porque será difícil que se asuma con suficiente compromiso, pero al menos significa una llamada de atención, una proclama necesaria. Las propuestas que realizó Lula son en realidad bastante elementales. No se puede decir que sean radicales desde cualquier punto de vista que se contemplen. Pero es que el hambre que asola a la tercera parte de la humanidad no es el resultado de circunstancias demasiado complejas, sino de la asimetría del poder y de la injusticia subsiguiente con que están organizados los procesos económicos.

 

Propuso Lula que se cree un Fondo Internacional para poder llevar a cabo las medidas que los organismos internacionales especializados vienen reclamando desde hace años sin respuesta. Para financiarlo el presidente brasileño sugiere, entre otras cosas, que se recurra a impuestos internacionales sobre las transacciones financieras o sobre el comercio de armas.

 

El establecimiento de un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales es una propuesta ya antigua. Hoy día, se calcula que circulan diariamente unos dos billones de dólares en los mercados financieros al margen de cualquier uso productivo, sólo dedicados a obtener rendimiento en operaciones puramente especulativas. No propone Lula que se elimine la especulación ni que se erradique esa utilización tan inequívocamente inútil de los recursos sociales. Para financiar programas efectivos contra el hambre bastaría con mucho menos. Sólo se trataría de aplicarles una tasa, un impuesto casi ridículo que unos cifran en el 0,01% y los más “avanzados” en el 0,5% o el 1%.

 

Lula ha propuesto también que se aborde de una vez la situación de los paraísos fiscales, auténticos desagües por donde escapan los recursos hacia los bolsillos de los privilegiados del planeta.

 

Para los españoles esta cumbre ha sido también especial. Después de haber tenido un presidente de gobierno en la terna de las Azores para llamar a la guerra, ahora tenemos la satisfacción de que el nuevo presidente utilice un órgano multilateral para pronunciarse y, sobre todo, que lo haga a favor de un compromiso humanitario tan importante.

 

El presidente Rodríguez Zapatero ha hecho una propuesta que no es tampoco novedosa, aunque no por ello es menos necesaria. Ha solicitado de nuevo que se asuma el compromiso de dedicar el 0,7% de los presupuestos a la ayuda internacional, una idea lanzada hace más de treinta años y que ni siquiera los gobiernos más ricos del mundo han sido capaces de poner en práctica.

 

En mi opinión, lo más importante de estas propuestas, además de haber sido hechas con un importante apoyo internacional, es que vinculan claramente la tragedia del hambre con la concentración tan desigual de la riqueza. Puede que eso sea hoy día sólo pura retórica pero el problema es que la única manera de erradicar el hambre en el mundo es atacando sus causas.

 

Son necesarios fondos financieros para llevar a cabo medidas de regeneración productiva y para proporcionar la ayuda necesaria a los colectivos desnutridos. Pero no basta con ello. ¿De qué serviría paliar el hambre por un tiempo si siguen vigentes las estructuras que la provocan?

 

Hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de los países que ahora sufren más esta plaga la padecen como consecuencia de las políticas neoliberales que ha implantado el Fondo Monetario Internacional. Hace treinta años los 49 países más pobres del mundo eran exportadores netos de productos alimenticios. Hoy día son importadores netos. Y eso ha ocurrido porque los países ricos han subvencionado sus productos, de manera que literalmente han expulsado de los mercados a los más pobres. Una vaca europea recibe una subvención mayor que el ingreso personal medio mundial.

 

El comercio internacional y los flujos financieros están actualmente organizados para proporcionar ventajas a los más ricos a costa de la capacidad productiva de los débiles. Eses es el principal obstáculo para hacer efectivo el derecho humano básico a la alimentación.

 

La agonía y la exageración con la que los ricos imponen sus condiciones no tiene límites y a veces parece hasta mentira. Hace unos días se conocía que Estados Unidos presionaba y amenazaba a la República Dominicana, a su gobierno y a su parlamento porque quería establecer un impuesto sobre algunas bebidas. Si hace eso contra un país cuya economía es el 0,47% de la suya, ¿qué no hará en asuntos más importantes para sus intereses?

 

Hay alimentos, hay dinero (financiar los programas contra el hambre requerirían solamente unos 20 días de gasto militar mundial). Si hay hambre es porque los poderosos viven a costa de empobrecer a media humanidad. Y es por eso que el relator de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación Jean Ziegler puede decir con fundamento y razón que “el hambre es un crimen”.

 

Ojalá la alianza de estos países contra el hambre inicie una guerra pacífica contra la miseria y el hambre. Bush habló del Eje del Mal cuando quiso buscar excusas para una guerra en la que sólo se dilucidaban beneficios para sus empresas y poder para su gobierno. Ahora se empieza a crear lo que podría ser el Eje del Bien y es sintomático que Estados Unidos no se hayan sumado al acuerdo.

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